Los 3 mejores libros de Diane Setterfield

En ocasiones el fenómeno bestseller acaba haciendo justicia con algunos grandes autores que compendían la querencia innata por contar historias con una formación paralela en el universo literario que más les cautiva. Es el caso de Diane Setterfield la coincidencia entre capacidad y reconocimiento popular nace de esa búsqueda del punto intermedio entre la erudición narrativa y el gusto más popular por una propuesta de entretenimiento.

O sea, lo que esencialmente debe ser la novela y, en cuyo desarrollo también se puede invitar a la reflexión, recrearse en las imágenes más brillantes desde la forma o servir de crónica paralela para una evolución humana necesitada de la ficción, la crítica y la imaginación para una comprensión mayor de lo que nos rodea.

Claro está que todo lo anterior no es una idea manifestada por Diane, pero sin duda se puede entresacar así al abordar una lectura tan exitosa como El cuento número 13, una novela que mantiene una tensión insuperable en torno al propio alma humana, capaz de albergar los más grandes secretos para ese gran libro que todos podríamos escribir en nuestros últimos días.

Para conseguir ese manifiesto equilibro entre la desbordante capacidad cultural de la autora y la necesaria acometida de una vertiente más popular con la que transmitir su escritura hasta cualquier lector, Diane empezó dedicando varios años a su primera novela. Y una vez lograda la síntesis, la alquimia perfecta, lo que puede ofrecernos Diane supera todas las perspectivas.

Top 3 libros recomendados de Diane Setterfield

El cuento número trece

Cinco años con todos sus días y horas. Ese fue el periodo que Diane dedicó a escribir esta novela para dejar satisfechos a todo tipo de lectores.

La propia imagen de la protagonista, Vida Winter, una vetusta escritora cuyo pasado se encuentra en pleno proceso de repliegue sobre sí misma, con esa traída en resaca de remotas culpas, añoranzas y secretos.

En el proceso de necesaria purga de la existencia, la señora Winter se acompaña de Margaret, su reflejo joven, con su misma pasión por la literatura y con una limpieza de esa carga del tiempo vivido sobre el que Vida puede expiar todos esos pecados de la existencia que se abren ante nosotros como un apasionante viaje al alma.

Porque todos pecamos de las mismas veleidades, de las mismas pequeñas o grandes traiciones. Porque todos sufrimos de similares fracasos y añoramos los mismos paraísos perdidos.

En el caso de Vida todo se acompaña por el hilo de un misterio como perfecto gancho para un lector sorprendido por su propio reflejo introspectivo sin que pueda dejar de leer hacia el descubrimiento de la verdad esencial de Vida. Una metáfora de la existencia revestida de un particular suspense.

Un libro imprescindible porque todos somos novelistas como la señora Winter, con nuestras verdades, nuestras verdades pero a medias y nuestras más absolutas ficciones…

El cuento número trece

Érase una vez la taberna Swan

De eso se trata, de apuntar a la ligereza del cuento para acabar presentando una historia entre lo escabroso y lo mágico. La vieja taberna de Swan, entre las brumas del Támesis, alberga entre sus paredes los más fascinantes relatos transcurridos durante siglos, como un último bastión que se resiste al paso del tiempo para permanecer como testimonio tangible de todo lo sabido en esa cultura popular con la que se escribe la intrahistoria de cualquier pequeño o grande lugar.

Pero la noche de la historia no es una noche cualquiera para el centenario espacio. La aparición del hombre ensangrentado con la niña en sus brazos apunta a novela negra, y sin embargo el transcurrir de la narración acaba abordando lo fantástico, lo mitológico y hasta lo místico.

Porque de todo ello se compone ese imaginario popular colmado de magia para explicarlo todo, desde lo más alegre y festivo hasta lo más siniestro y lúgubre. Sin un tiempo claro de referencia pero con gusto decimonónico nos adentramos en el supuesto de que la niña muerta que transporta el viajero extraviado hasta allí pueda ser una chica perdida recientemente u otra desaparecida bastante tiempo atrás.

La niña puede estar muerta o no, todo se descubrirá conforme avanzamos en un mundo calidoscópico en la que la suma de los personajes acaban componiendo un realismo tan mágico como sobrecogedor en el que la supertición, las tradiciones y la  capacidad de un personaje sublime como Bess para leer el alma acaban sintonizando en un final mítico.

Érase una vez la taberna Swan

El hombre que perseguía al tiempo

¿Puede la muerte marcar lo anecdótico para volverlo trascendental? En ocasiones dos conceptos tan lejanos como la infancia y la muerte se juntan para componer un alienante escenario cuyo entendimiento desde la noción del niño puede orientarse hacia muy diversos ángulos, desde lo simplemente casual hasta lo estrictamente predestinado.

En el caso de William Bellman y su habilidad para matar un pájaro con un tirachinas cuando tan solo tenía diez años, parece volverse contra él con el paso de los años. La muerte es una presencia centrada en William como vengadora de ese «simple» pájaro.

Y cuando William hace balance de su vida en sus últimos latidos, con esa extraña cadencia del tiempo que ya no te pertenece en la vejez, acompañamos el devenir mental que va asociando el aciago disparo del tirachinas con el acertado sesgo de la guadaña de la muerte, precipitado sobre su entorno con una fiereza vengadora que actúa en cada momento de su vida en el que la prosperidad parece querer hacerse camino gracias a la voluntad inquebrantable de William. Una especie de fábula que bien podía llevar al cine Tim Burton.

El hombre que perseguía al tiempo
5/5 - (7 votos)

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.