Los 3 mejores libros del portentoso Joël Dicker

Veni, vidi, vici. Ninguna frase mejor para acuñar lo ocurrido con Joël Dicker en su irrupción apabullante en el panorama literario mundial. Se podría pensar en aquello del producto de marketing que consigue sus frutos. Pero los que acostumbramos a leer libros de todo tipo reconocemos que este joven autor tiene algo. Dicker es un maestro del flash back como recurso total.

Tramas fraccionadas en sus pedazos precisos, idas y venidas entre pasado, presente y futuro para atraparnos en el desconcierto de su meticulosa tela de araña. En ocasiones avanzamos para descubrir al asesino. En otros momentos volvemos hasta dar con los motivos que lo llevaron a cometer el crimen. No se puede justificar a quien mata, pero sí se puede entender por qué mata. Al menos así ocurre en las novelas de Joel Dicker. La extraña empatía con el antihéroe.

Sumémosle a ello personajes que encandilan, perfiles psicológicos profundamente alcanzados por las heridas del vivir, transitares de quienes cargan con la pesada estela del alma. Al fin y al cabo, inquietantes propuestas que nos asaltan con la urgente sensación de la fatalidad más ineludible, con su parte de justicia en algún desconcertante aspecto moral.

Dilemas familiares o sucesos siniestros, problemas y graves consecuencias. La vida como una abrupta introducción a los infiernos que pueden llegar desde la felicidad plena.

Inciso… Aquí un reciente estuche para adictos a Dicker con las dos primeras entregas de la serie de Marcus Goldman:

Adictos a Dicker...

Top 3 novelas recomendadas de Joël Dicker

El libro de los Baltimore

Una maravillosa historia (no encuentro adjetivo más ajustado) sobre la familia, el amor, el resquemor, la competencia, el destino… Novela a varios tiempos para presentarnos el devenir de un peculiar sueño americano, al estilo de la película American Beauty pero con una trama más profunda, más negra y extendida en el tiempo.

Empezamos conociendo a las familias Goldman de Baltimore y Goldman de Montclair. Los Baltimore han prosperado más que los Montclair. Marcus, el hijo de los Montclair adora a su primo Hillel, admira a su tía Anita e idolatra a su tío Saúl. Marcus pasa todo el año deseando reencontrarse con su primo en Baltimore durante cualquier periodo vacacional. Disfrutar de esa sensación de pertenencia a una familia modelo, de prestigio y pudiente se convierte en una pesada losa para él.

Al auspicio de ese idílico núcleo familiar, incrementado con la adopción de Woody, un chico problemático reconvertido en ese nuevo hogar, los tres chicos pactan esa amistad eterna propia de la juventud. Durante sus años idealistas, los primos Goldman disfrutan de su pacto inquebrantable, son unos buenos chicos que se defienden entre ellos y siempre encuentran buenas causas difíciles que afrontar.

La pérdida de Scott Neville, un amiguito enfermo de una familia del barrio anticipa toda la tragedia posterior venidera, “el Drama”. La hermana del chico se introduce en el grupo de los Goldman, pasa a ser una mas. Pero el problema es que los tres primos la aman. Por su parte, Gillian, el padre de Alexandra y del malogrado Scott, encuentra en los primos Goldman un soporte para sobrellevar la muerte de un hijo.

Ellos hicieron sentirse vivo a su hijo minusválido, ellos lo impulsaron a vivir más allá de su habitación y de la asistencia médica que lo postraba en su cama. Ellos permitieron que hiciera esa locura para su estado. La defensa de los primos, por parte de Gillian, supuso su divorcio de una madre que no supo entender cómo los tres Goldman habían convertido la lastimosa existencia de Scott en una vida plena, pese al fatal desenlace.

La perfección, el amor, el éxito, la admiración, la prosperidad, la ambición, la tragedia. Sensaciones que van anticipando los motivos del Drama. Los primos Goldman van creciendo, Alexandra sigue deslumbrándolos a todos, pero ella ya ha elegido a Marcus Goldman. La frustración de los otros dos primos empieza a ser un motivo de desencuentro latente, jamás explicitado. Marcus siente que ha traicionado al grupo. Y Woody y Hillel se saben perdedores y traicionados.

En la Universidad, Woody confirma su valía como deportista profesional y Hillel destaca como un gran estudiante de derecho. Los egos empiezan a crear aristas en una amistad que, pese a ello sigue siendo inquebrantable, aunque solo sea en una esencia de sus almas, intoxicada por las circunstancias.

Los hermanastros Goldman empiezan una pugna soterrada mientras Marcus, escritor en ciernes trata de encontrar su sitio entre ellos. La llegada a la Universidad de los primos Goldman supone un punto de ruptura para todos.

Los padres de los Baltimore sufren el síndrome del nido vacío. El padre, Saúl Goldman envidia a Gillian, quien parece haberle usurpado la patria potestad de los chicos gracias a su mayor status social y económico y a sus contactos. Tal suma de egos y ambiciones desemboca en el Drama, de la manera más inesperada, presentada a pinceladas en esas idas y venidas desde el pasado al presente, un Drama que se lo llevará todo por delante en cuanto a los Goldman de Baltimore se refiere.

Al final, Marcus Goldman, el escritor, junto a Alexandra, son los únicos supervivientes de la banda de aquellos chicos idealistas y sumamente felices. Él, Marcus, sabe que debe poner negro sobre blanco la historia de sus primos y de los Baltimore para librarse de sus sombras y de paso recuperar a Alexandra; y así quizás, abrirse un futuro sin culpa.

Es lo que tiene la felicidad rota y añorada, debe tener una sublimación para dejarla en el pasado, necesita una reparación final. Así es la estructura cronológica del libro, aunque Joël Dicker no la presenta de este modo. Como ya hiciera en “La verdad sobre el caso Harry Quebert”, las idas y venidas entre escenarios presentes y pasados se convierte en una constante necesaria para mantener la fascinante intriga que pueda explicar un presente de dudas, melancolía y cierta esperanza.

Lo que fué de los Goldman de Baltimore es el misterio que conduce todo el libro, junto con el presente de un solitario Marcus Goldman del que necesitamos saber si saldrá del pasado y encontrará la forma de recuperar a Alexandra.

El Libro de los Baltimore

La verdad sobre el caso Harry Quebert

En ocasiones, durante la lectura de esta extensa novela, te preguntas si el conocer la investigación en torno al pretérito caso del asesinato de Nola Kellergan puede dar tanto de sí como para que no puedas dejar de leerla noche tras noche.

Una quinceañera murió en el verano de 1975, se trataba de una dulce niña enamorada de un escritor retirado en busca de inspiración con el que decidió fugarse de casa. Poco después de salir de casa con la intención de no regresar, fue asesinada en extrañas circunstancias.

Esa joven tenía sus pequeños (o no tan pequeños) secretos ocultos que ahora se antojan de capital importancia para desvelar lo que pasó el 30 de agosto de 1975, la tarde en la que Nola abandonó la vida que late en Aurora, el pueblo de la trama.

Años después, con la investigación ya cerrada en falso sin culpable, pistas incontestables apuntan a Harry Quebert, su amante. El romántico amor prohibido que compartieron se hace público para indignación, sorpresa y repugnancia de unos y otros.

Harry Quebert en la actualidad ya es un escritor afamado por su gran obra: “Los orígenes del mal”, que publicó después de ese paréntesis de amor imposible, y se encuentra retirado en la misma casa de Aurora que ocupó durante ese verano extraño de retiro que se convirtió en un ancla que lo aferraría al pasado para siempre.

Mientras Harry es encarcelado en espera de la sentencia final por asesinato, su alumno Marcus Goldman, con el compartía una peculiar pero intensa amistad entre la admiración mutua y la conexión especial como escritores ambos, se instala en la casa para atar los cabos sueltos y conseguir la libertad de un inocente Harry, en el que confía con fe absoluta.

En esa causa para liberar a su amigo encuentra la inspiración para emprender su nuevo libro tras un monumental atasco creativo, se dispone a poner negro sobre blanco toda la verdad sobre el caso Harry Quebert.

Mientras tanto, tú lector, ya estás dentro, eres Marcus al timón de esa investigación que une testimonios del pasado y del presente, y donde se empiezan a descubrir las lagunas en las que bucearon perdidos todos en su momento. El secreto para que la novela te enganche es que de repente ves que tu corazón también late entre los habitantes de Aurora, con la misma zozobra que el resto de habitantes desconcertados por lo que va pasando.

Si a eso le sumas los misteriosos flasback desde la actualidad hacia ese verano en el que todo cambió, así como los múltiples giros de la investigación, el hecho de que la historia te tenga en vilo cobra todo el sentido. Por si fuera poco, bajo la investigación del caso, tras la mimetización obligada que sufres con el ambiente y los lugareños de Aurora, van salpicando algunos capítulos extraños aunque premonitorios, recuerdos compartidos entre Marcus y Harry cuando ambos eran alumno y profesor.

Pequeños capítulos que enlazan con esa jugosa relación particular que hace relampagear ideas sobre la escritura, la vida, el éxito, el trabajo… y que anuncian el gran secreto, que trasciende al asesinato, al amor de Nola, a la vida en Aurora y se convierte en el truco final que te deja boquiabierto.

La verdad sobre el caso Harry Quebert

El enigma de la habitación 622

Una vez vencida la última página de este nuevo libro me quedan sensaciones encontradas. Por un lado considero que el caso de la habitación 622 se extiende sobre las mismas ondas del caso Harry Quebert, superándolo por momentos cuando la novela habla de quien la escribe, del Joel Dicker enfrascado en los dilemas del narrador mimetizado en primera instancia como primer protagonista. Un protagonista que va prestando a todos los demás intervinientes esencia de su ser.

La aparición de Bernard de Fallois, el editor que hizo de Joel el fenómeno literario que es, eleva estos fundamentos metaliterarios hasta una entidad propia que está dentro de la novela porque así está escrito. Pero que acaba escapando al sentido de la trama, porque se hace más grande que lo propiamente relatado pese a ser una ínfima parte de su espacio.

Se trata de la consabida magia de Dicker, capaz de presentar varios planos a los que accedemos subiendo y bajando escaleras. Desde los sótanos donde se almacenan los desordenados motivos del escritor para llenar páginas antes del único final posible, la muerte; hasta el espectacular escenario donde llegan esos extraños aplausos sordos, los de los lectores que van pasando páginas con imprevisible cadencia, con el barullo de palabras que resuenen entre miles de imaginarios compartidos.

Empezamos con un libro que nunca se escribe, o que al menos se aparca, sobre Bernad, el editor desaparecido. Un amor roto por la ineludible pujanza de las palabras empeñadas en el argumento de una novela. Una trama que trasiega entre la imaginación desbocada de un autor que presenta a personajes de su mundo y de su imaginación, entre trampantojos, anagramas y sobre todo supercherías como la del protagonista esencial de la novela: Lev.

Sin duda Lev vive más vidas que nadie del resto de personajes concitados en torno al crimen de la habitación 622. Y al final el crimen acaba siendo la excusa, lo trivial, casi accesorio por momentos, un hilo conductor que solo cobra relevancia cuando la trama se asemeja a una novela negra. Durante el resto del tiempo el mundo transcurre en torno a un Lev hipnótico incluso cuando no está.

La composición final es mucho más que una novela negra. Porque Dicker siempre tiene esa pretensión fraccionada de hacernos ver mosaicos literarios de vida. Desestructurar para mantener la tensión pero también para poder hacernos ver los caprichos de nuestras vidas, escritas con esos mismos guiones ininteligibles en ocasiones aunque con pleno sentido si se observa el mosaico completo.

Solo que en ocasiones es peligroso ese afán casi mesiánico de gobernar sobre toda vida hecha novela y sacudirla como un ingenioso cóctel. Porque en algún capítulo, durante alguna escena, puede que algún lector pierda el foco…

Es cuestión de ponerle algún pero. Y también es cosa de esperar siempre tanto de un gran bestseller con un estilo tan personalísimo. Sea como fuere, no se puede negar que esa primera persona en la que todo se narra, con el añadido de representársenos al propio autor, nos tiene ganados desde el primer momento.

Después están los famosos giros, mejor conseguidos que en La desaparición de Stephanie Mailer aunque por debajo de la para mí su obra maestra “El libro de los Baltimore”. Sin olvidarnos de los jugosos bordados, tejidos como complementos por un sabio y pragmático Dicker en busca de más ganchos en la trama.

Me refiero a esa suerte de introspección humanista y brillante que vincula aspectos tan dispares como el destino, la fugacidad de todo, el amor romántico frente a la rutina, las ambiciones y las pulsiones que las mueven desde lo más hondo…

Al final hay que reconocer que, como el bueno de Lev, todos somos actores en nuestras propias vidas. Solo que ninguno de nosotros proviene de una familia de consagrados actores: los Levovitch, siempre dispuestos para la gloria.

El enigma de la habitación 622

Otros libros recomendados de Joel Dicker

Un animal salvaje

En cuanto pase por mis manos, daré buena cuenta de esta novela de Joel Dicker. Pero ya podemos hacernos eco de su nueva trama. Como siempre una mujer, o en ocasiones su fantasma, sobre la cual pivota la trama. Así nunca sabemos si nos acercamos a alguna de sus propuestas iniciales o si la cosa va más hacia la ligeramente descafeinada Stephanie Mailer… Todo se leerá y aquí daremos cuenta de todo.

El 2 de julio de 2022, dos delincuentes se disponen a robar en una importante joyería de Ginebra. Un incidente que dista mucho de ser un vulgar atraco. Veinte días antes, en una lujosa urbanización a orillas del lago Lemán, Sophie Braun se prepara para celebrar su cuadragésimo cumpleaños. La vida le sonríe: vive con su familia en una mansión rodeada de bosques, pero su idílico mundo está a punto de tambalearse. Su marido anda enredado en sus pequeños secretos.

Su vecino, un policía de reputación irreprochable, se ha obsesionado con ella y la espía hasta en los detalles más íntimos. Y un misterioso merodeador le hace un regalo que pone su vida en peligro. Serán necesarios varios viajes al pasado, lejos de Ginebra, para hallar el origen de esta intriga diabólica de la que nadie saldrá indemne.

Un thriller con un ritmo y un suspense sobrecogedores, que nos recuerda por qué, desde La verdad sobre el caso Harry Quebert, Joël Dicker es un fenómeno editorial en todo el mundo, con más de veinte millones de lectores.

El caso Alaska Sanders

En la serie Harry Quebert, cerrada con este caso de Alaska Sanders, se produce un equilibrio diabólico, un dilema (entiendo que sobre todo para el propio autor). Porque en los tres libros conviven las tramas de los casos a investigar en paralelo con esa visión del escritor Marcus Goldman que juega a ser el propio Joel Dicker dentro de cada una de sus novelas.

Y ocurre que, para tratarse de una serie de novelas de suspense: «El caso Harry Quebert» «El libro de los Baltimore» y «El caso Alaska Sanders», la más brillante acaba siendo la que más se ciñe a la propia intriga en torno a la vida de Marcus, o sea «El libro de los Baltimore».

Yo creo que Joel Dicker lo sabe. Dicker sabe que los entresijos de la vida del escritor en ciernes y su evolución hasta el autor ya reconocido mundialmente atrapan al lector en mayor medida. Porque resuenan ecos, se extienden ondas en las aguas entre la realidad y ficción, entre el Marcus que se nos presenta y el autor real que parece dejar gran parte de su alma y de su aprendizaje como el extraordinario narrador que es.

Y claro, esa línea más personal tenía que seguir avanzando en esta nueva entrega sobre las fatalidades de Alaska Sanders… Volvíamos así a una mayor cercanía con la obra original, con aquella pobre chica asesinada en el caso Harry Quebert. Y entonces también convenía recuperar a Harry Quebert para la causa. Desde el comienzo de la trama ya se puede intuir que el bueno de Harry va a hacer acto de presencia en cualquier momento…

La cosa es que para los apasionados de Joel Dicker (me incluyo) resulta dificil disfrutar de ese juego entre realidad y ficción del autor y su alter ego en igual o mayor medida que cuando transcurre el drama de los Baltimore. Porque como el propio autor cita, la reparación siempre está pendiente y es lo que mueve la parte más introspectiva del escritor convertido en investigador.

Pero las elevadas cotas de emoción (entendida en tensión narrativa y pura emotividad más personal al empatizar con Marcus o Joel) no llegan en este caso de Alaska Sanders a lo alcanzado con la entrega de los Goldman de Baltimore. Insisto en que aún así todo lo que escribe Dicker sobre Marcus en su propio espejo es pura magia, pero conocido lo anterior parece que se añora algo más de intensidad.

En cuanto a la trama que justifica supuestamente la novela, la investigación de la muerte de Alaska Sanders, lo esperado de un virtuoso, giros sofisticados que nos enganchan y embaucan. Personajes perfectamente perfilados capaces de justificar en su natural creación cualquier reacción frente a los diferentes cambios de dirección que toman los hechos.

El típico «nada es lo que parece» cobra en el caso de Dicker y para su Alaska Sanders sustancia elemental. El autor nos acerca a la psique de cada personaje para hablarnos de supervivencia cotidiana que acaba en catástrofe. Porque más allá de las citadas apariencias cada cual escapa a sus infiernos o se deja llevar por ellos. Pasiones soterradas y aviesas versiones del mejor vecino.

Todo se confabula en una tormenta perfecta que genera a su vez el asesinato perfecto como un juego de máscaras donde cada cual transfigura sus miserias.

Al final, como pasa con los Baltimore puede entenderse que el caso Alaska Sanders sobrevive como novela independiente perfectamente. Y eso es otra de las marcadas capacidades de Dicker.

Porque ponerse en la piel de Marcus sin tener los antecedentes de su vida es como ser capaz de ser Dios escribiendo, para acercanos a diferentes personas con la naturalidad de quien acaba de conocer a alguien y va descubriendo aspectos de su pasado, sin mayores aspectos disruptivos para sumergirse en la trama.

Como tantas otras veces, si he de poner algún pero para descender a Dicker de los cielos narrativos del género de suspense, apuntaría a aspectos que chirrían, como lo de la impresora defectuosa con la que se escribe el famoso «Sé lo que has hecho» y que casualmente sirve para apuntar al supuesto asesino.

O el hecho de que Samantha (tranquilo, ya la conocerás) recuerde a fuego una última frase de Alaska que ciertamente ni fú ni fá en cuanto a relevancia para ser recordada. Cositas que quizás hasta sobraran o se pudieran plantear de otra forma…

Pero vamos, pese a ese punto de ligera insatisfacción por no alcanzar el nivel de los Baltimore, el caso Alaska Sanders te tiene atrapado sin poder soltarlo.

El caso Alaska Sanders, de Joel Dicker

La desaparición de Stephanie Mailer

La capacidad de Dickër para desestructurar la cronología de una trama a la vez que mantiene al lector perfectamente ubicado en cada uno de los escenarios temporales es digna de estudio. Es como si Dickër supiera de hipnotismo, o de psiquiatría, y lo aplicara todo a sus novelas para disfrute final del lector enganchado por los diferentes asuntos pendientes como por tentáculos de pulpo.

En esta nueva ocasión volvemos a las cuentas pendientes, a los asuntos de un pasado reciente en el que los personajes sobrevivientes a ese tiempo tienen mucho que esconder o que finalmente conocer sobre la verdad. Y ahí entra en juego otro aspecto verdaderamente reseñable de este autor.

Se trata de jugar con la percepción subjetiva de sus personajes respecto a la objetividad abrumadora que se va abriendo paso conforme se compone el relato final. Una suerte de lectura simétrica en la que el lector puede asomarse al personaje y a un reflejo que se va modificando conforme avanza la historia. Lo más cercano a la magia que la literatura nos puede ofrecer.

El 30 de julio de 1994 empieza todo (lo dicho, la fórmula de una fecha pretérita marcada en rojo, como el día del drama de los Baltimore o el asesinato de Nola Kellergar del caso Harry Quebert) Sabemos que la realidad es una, que tras la muerte de la familia del alcalde de Orphea junto con la mujer de Samuel Paladin solo puede haber una verdad, una motivación, una razón inequívoca. E ilusos de nosotros por momentos parecemos conocer ese lado objetivo de las cosas.

Hasta que la historia se va desarrollando, movida por esos mágicos personajes tan empáticos que Joel Dicker crea. Veinte años después Jesse Rosemberg se dispone a celebrar su jubilación como policía. La resolución del macabro caso de julio del 94 aún resuena como uno de sus grandes éxitos. Hasta que Stephanie Mailer despierta en Rosemberg y en su compañero Derek Scott (el otro encargado de dilucidar la famosa tragedia) unas siniestras dudas que con el paso de tantos años les provocan estremecedoras dudas.

Pero Stephanie Mailer desaparece dejándolos a medias, con el incipiente amargor del mayor error de su carrera… Dese ese momento, ya puedes imaginar, presente y pasado van avanzando en esa mascarada al otro lado del espejo, mientras la mirada directa y franca de la verdad se intuye a media luz al otro lado del espejo. Se trata de una mirada que se dirige directamente hacia ti, como lector.

Y hasta que no descubras el rostro de la verdad no podrás parar de leer. Si bien es cierto que el ya indicado recurso de los flash back y la desestructuración de la historia vuelven a ser protagonistas de la trama, en esta ocasión me da la impresión de que esa búsqueda de la superación de novelas anteriores, por momentos acabamos naufragando en un pandemonium de potenciales criminales que se van desechando con cierta impresión de resolución mareante.

La novela perfecta no existe. Y la búsqueda de giros y giros puede aportar más confusión que gloria narrativa. En esta novela se sacrifica parte del gran atractivo de Dicker, esa inmersión más…., cómo decirlo…, humanista, que aportaba mayores dosis de emoción por una implicación empática más sabrosa en el caso de Harry Quebert o de la mano de los Baltimore. Quizás sea cosa mía y otros lectores prefieran ese vertiginoso correr entre escenas y posibles homicidas con una retahila de asesinatos a sus espaldas que ríete tú de cualquier criminal en serie.

No obstante, cuando me descubrí acabando el libro y sudando como si fuera el propio Jesse o su compañero Dereck, pensé que si primaba el ritmo había que someterse a él y la experiencia finalmente fue gratificante con esos pequeños posos amargos del buen vino demasiado expuesto a los riesgos de la búsqueda del gran reserva.

La desaparición de Stephanie Mailer

Los últimos días de nuestros padres

Como primera novela no estuvo mal, nada mal. El problema es que se recuperó para la causa tras el éxito del caso Harry Quebert, y el salto hacia atrás se notó algo. Pero sigue siendo una buena novela sumamente entretenida.

Resumen: La primera novela del «fenómeno planetario» Joël Dicker, ganadora del Premio de Escritores Ginebrinos. Una combinación perfecta entre trama bélica de espionaje, amor, amistad y una reflexión profunda acerca del ser humano y sus debilidades, a través de las vicisitudes del grupo F del SOE (Special Operation Executive), una unidad de los servicios secretos británicos encargada de entrenar a jóvenes europeos para la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial.

Personajes inolvidables, una documentación exhaustiva acerca de un episodio poco conocido de la Segunda Guerra y el incipiente talento de un jovencísimo Dicker, quien luego se consagrará con el fenómeno literario mundial La verdad sobre el caso Harry Quebert.

Los últimos días de nuestros padres
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2 comentarios en «Los 3 mejores libros del portentoso Joël Dicker»

  1. Baltimore, ¿el mejor?
    No sólo yo, sino la mayoría de lectores (sólo tienes que ver opiniones en Goodreads y páginas de reconocido prestigio), pensamos que es todo lo contrario. El peor. Con diferencia.

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    • Para mi el mejor a años luz. Cuestión de gustos.
      Y en muchas otras plataformas «Los Baltimore» está a igual o mayor nivel de valoración que otros. Ya no es solo cosa mía entonces…

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