Una comida en invierno, de Hubert Mingarelli

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Un libro sinténtico en todos sus aspectos, desde sus pocas páginas hasta sus cortas frases. Pero nada es casual en Hubert Mingarelli, todo tiene su explicación…

La concisión puede llegar a ser perturbadora cuando se adentra magistralmente en una narración oscura como esta. No hace falta entrar en más detalles sobre lo peor del ser humano. Tenemos un escenario frío y desangelado, unos hombres armados, un olor a muerte que se cuela entre las frías corrientes del invierno polaco durante la Segunda Guerra Mundial. Verdugos y víctima caminando juntos hacia la justicia sumaria de la muerte por inanición. Y ni aún por esa convivencia extrema puede florecer un ápice de humanidad.

El odio los alimenta a todos, a los tres soldados y al cazador con el que hacen piña. En el otro lado del foco el judío al que deben trasladar hacia su destino escrito por la solución final dictada por el Tercer Reich.

La historia nos es contada por uno de esos tres soldados formados en el odio. Lo acompañan Emmerich y Bauer. Los tres han conseguido un asueto en su ardua tarea de apretar el gatillo de manera automatizada. El siniestro trío que conforma un grupo operativo de ejecuciones itinerantes (Como los vendedores ambulantes que llegaran avisados por sus disparos en lugar de por un megáfono), se dirige en busca y captura de nuevas presas vivas para vanagloria de su macabro lider.

Y encuentran pronto su objetivo. Solo que el camino se vuelve duro y precisan de un descanso en una vieja cabaña junto a un cazador que siente la misma animadversión por los judíos que ellos mismos.

Pero el tiempo pasa y el crudo invierno los mantiene encerrados en la cabaña, con las punzadas del hambre colándose como una acuciante alucinación. Y el tiempo compartido entre todos parece despertar algún atisbo de conciencia enlazada desde la particular situación de cada personaje.

Pero el hambre es el hambre. La supervivencia empieza por el sustento más físico. Y la comida debe ser improvisada.

La llegada del cazador con su oferta de un alcohol con el que domar un poco el estómago y la conciencia, eleva la tensión. Los soldados actúan contra los judíos por orden y mando. Quizás ni sientan empatia alguna. Pero el cazador…, su simple mirada hacia el detenido desvela la monstruosidad del odio.

Entre los personajes ubicados en un escenario extremo, el lector es quien se encarga en analizar y de tratar de buscar los motivos de cada acción en ese preparativo de una improvisada comida. Ninguna invitación en mitad de un solitario paraje nos alcanzó con el brutal estallido de conciencia, haciéndonos dudar de si realmente el ser humano puede albergar lo que en cualquier guerra puede llegar a manifestar. Entendiendo además que, en ese paraje no hay guerra, ni trincheras…, tan solo se trata de personas que rondan el infierno de la deshumanización alentada por el poder, con la única esperanza de los destellos de conciencia.

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