La sonámbula, de Miquel Molina

La sonámbula, de Miquel Molina
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Necesitamos creer. Esa es la cuestión. En el bien o en el mal, pero necesitamos creer en algo.

Esa es la primera noción a la que nos empuja Marta, la infeliz protagonista de esta historia. Ella misma se ocupa de ponernos al corriente sobre su propia vida, con esa credibillidad y cercanía que ofrece la primera persona del narrador protagonista.

Marta tenía sueños, anhelos, esperanzas. Pudo haber sido una gran bailarina, de las que arrancara los aplausos de patios de butacas prestigiosos, saturados de aromas a perfumes caros. Ahora todo aquello es solo un sueño descompuesto del pasado que no fue.

Y aunque el pasado siempre es pasado, aquello que nunca fué alberga el amargor de un presente sin pena ni gloria.

Abotargada entre sus cuatro paredes, el mundo más allá de la mirilla de su puerta no le ofrece nada interesante.

Pero Marta tiene humanidad, restos de esta al menos. Así que cuando tiene que echar una mano a una vecina a punto de dejar este mundo, lo hace sin pensarlo dos veces. Aquel detalle solidario la conduce a un mundo extraño. La casa de su vecina donde la conduce tras prestarle atención esconde un secreto extraordinario, o al menos eso interpreta Marta.

De eso se trataba, de creer en algo. Una puerta entreabierta deja ver una cama…, sobre ella se observa una cabeza de larga melena rubia, como oculta a la luz y al mundo.

Finalmente la vecina muere y la dueña de la melena rubia queda en un limbo de inexistencia. El hijo de su vecina no sabe de qué le habla Marta cuando le pregunta qué fue de aquella otra mujer que habitaba en casa de su madre…

Pero Marta cree en lo que vió. Y una vez de vuelta al mundo a través de aquella morbosa curiosidad, Marta estará dispuesta a todo por desvelar su verdad… Lo que no podía imaginar es que esa insana curiosidad la devolverá a la vida en sus múltiples aristas.

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