El verano antes de la guerra, de Helen Simonson

El verano antes de la guerra, de Helen Simonson
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La calma chicha antes de la Gran Guerra. La sociedad civil es la última que acaba por entender que ese estado de impostada normalidad  forma parte de la latencia de una guerra a punto de manifestarse. Más aún cuando los esperaba la guerra de guerras, aquel primer conflicto que enfrentó a todas las grandes potencias mundiales de la época. El desconocimiento de lo que se avecinaba invitaba a que la vida siguiera pasando como si nada, pero con el aspeto de una especial teatralidad para el observador externo que lee esta mágica historia de Helen Simonson.

Porque como lectores, asomarnos a esa historia es intuir extrañas sensaciones del primer y último amor, en un solo acto, o de la idea de un último paseo visto como la más sencilla rutina.

Nos trasladamos hasta la coqueta ciudad de Rye, en una apacible zona del sur de Inglaterra, enfrentado a las costas francesas en las que se desarrollarían algunos de los conflictos de mayor envergadura de los días venideros a esta historia, como la batalla del Somme.

Y ahí es donde pasamos los últimos días del verano de 1914, antes del anuncio de la guerra que estallaría el 28 de julio y que poco a poco iría salpicando con esa sensación de irrealidad a todo rincón de la vieja Europa.

La protagonista de la historia, Beatrice Nash representa a la mujer liberada, rodeada de sus libros y cargada de ideas para transformar cualquier sitio por el que pase. en esencia lo antagónico a la guerra.

En cualquier otro tiempo anterior, el encuentro entre Beatrice y Hugh Grange, el estudiante de medicina, se hubiera paladeado como un apasionado encuentro romántico con esos tintes de eternidad propios de los días de prosperidad. Pero todos sabemos que no, que quizás lo mejor para ellos es que no se hubieran conocido para poder escapar de la inminente guerra.

Beatrice y Hugh disfrutan de unos días de conocimiento y de primeros tanteos. Se sienten dos seres jovenes y libres, más aún en contraste con una pequeña sociedad que parece ofrecer ciertos recelos a esa modernidad que ambos arrastran.

El final del verano siempre es un momento traumático en los días de vino y rosas en los que la luz y el asueto parece fundamento para toda una vida, con la inteligencia de una juventud que ya intuye que no habrá otros días mejores.

Pero no es lo mismo decir hasta luego que presentir un adiós empujado por las penosas circunstancias de aquellos días en los que Europa se tiñó por vez primera de gris.

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El verano antes de la guerra, de Helen Simonson
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