Cómo volé sobre el nido del cuco, de Sydney Bristow

Cómo volé sobre el nido del cuco, de Sydney Bristow
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Y ya son dos los personajes capaces de volar sobre el nido del cuco. En primer lugar Randle Patrick McMurphy, a quien todos ponemos la cara de un Jack Nicholson histriónico en su demencial interpretación del protagonista de esta historia rompedora sobre los psiquiátricos y sus habitantes. En segundo lugar encontramos ahora a Sydney, una mujer a medio camino entre el personaje real y este pseudónimo usado para el relato de una fase de introspectiva locura desde el traumático momento en el que decidió abandonar el mundo en un vuelo que solo le sirvió para romperse varios huesos.

Lo cierto es que la extraña metáfora de volar sobre el nido del cuco me parece de lo más acertado para definir cualquier fase de ofuscación mental. Nada tan disparatado y a la vez tan simbólico. En el extrañamiento de la idea reside esa magia iniciática de quien inventa un concepto. Volar sobre el nido del cuco para definir esa salida de uno mismo, la despersonalización que proyecta la voluntad del individuo hacia el descontrol de un vuelo sin sentido.

Y además es que, como digo, Sydney intentó volar. En principio no sobre el nido del cuco sino desde aquel puente en el que pretendía despedirse del mundo, un mundo tan vacío como aparentemente colmado de bendiciones y fortunas sobre lo que la medianía de la gente considera que es la felicidad.

El relato de lo que pasó con los huesos de Sydney nace de Ana, quien proyecta sobre su personaje el paso por ese periodo entre psiquiatras, medicamentos y centros de internamiento. Y ese relato atraviesa los 37 días que Sydney anduvo circundando desde lo alto ese nido de cuco, buscando una pista de aterrizaje a la vez que empezó a disfrutar de las vistas.

Porque en ocasiones esa despersonalización, esa pérdida de la voluntad que construye nuestro destino, también sirve para descubrirnos humanos y desvalidos, expuestos pero predispuestos a volver a sentir con mayor intensidad sin los muros levantados durante años.

En el diario escrito «a dos manos» entre Ana y su alter ego Sydney descubrimos una historia de subidas y bajadas por ese tobogán que puede ser la mente. Pero sobre todo comprobamos cómo la humanidad, en su sentido más amable, se encuentra en mayor medida entre aquellos que se unen frente a la adversidad. Y ninguna peor adversidad que los fantasmas despertados desde dentro en todos aquellos que sobrevuelan en algún momento el nido del cuco.

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