Bellas durmientes, de Stephen King

Lo de escribir novelas de ciencia ficción con un punto netamente feminista está siendo algo habitual y muy fructífero. Casos muy recientes como The Power de Naomi Alderman, así lo atestiguan. Stephen King ha querido unirse a la corriente para aportar mucho y bueno a la idea.

Un proyecto entre padre e hijo debe ser sumamente estimulante. Pretender escribir un libro a cuatro manos bajo esta premisa deberá tener un punto mágico donde progenitor y vástago comparten imaginario y propuesta narrativa. Aunque claro está que las típicas refriegas siempre emergerán en los momentos críticos. Sin duda un brainstorming que merecería la pena haber visto.

Y como miembros varones de una familia, Stephen King y Owen King plantean una situación original, una distopía de lo más singular. Algo o alguien está consiguiendo que toda mujer, una vez vencida por el sueño, quede atrapada por una suerte de sortilegio, un hechizo pertrechado por seres fuera de este mundo y que parecen decididos a acabar con nuestra civilización de una forma siniestra, sin que tal conquista puede enfrentarse con nada de lo que el ser humano conoce hasta ahora.

No hay armas posibles que puedan frenar el exterminio indirecto. Las mujeres sueñan y se evaden completamente de este mundo, protegiéndose exteriormente por un capullo o crisálida.

Pero conforme la historia avanza van surgiendo tantos e inquietantes interrogantes.

¿Se trata de una exterminación o es un fuga de la mujer a otros mundos?

Evie es la única mujer conocida que no participa de esta transformación. Ella puede albergar las respuestas y todos quieren hacerla escupir su verdad, ya sea una capacidad inconsciente o porque ella sea precisamente la directora de orquesta de esa macabra mutación de la mujer…

Sin mujeres el mundo, nuestro mundo, nuestra civilización empieza a transformarse en un espacio desquiciado donde la violencia campa a sus anchas.

Y tras la fantasía hay mucho de reflexión existencialista, el contrapeso necesario para que dilemas actuales en torno al feminismo e incluso sobre nuestro sistema social emergan entre el planteamiento de ciencia ficción.

Una de las grandes virtudes de Stephen King es su capacidad para presentar situaciones y emociones absolutamente contrapuestas. En un mundo que se va descomponiendo, las escenas de ternura brillan como estrellas gigantes en un negro firmamento.

Un nuevo mundo se divisa a ambos lados de los capullos. Las mujeres encuentran en esos sueños un nuevo paraíso mientras que los hombres navegan entre la confusión y la desesperación. La razón última del plan es algo que se desliza en cada escena y que estalla finalmente sobre el lector con el peso de las más oscuras y bellas imágenes, con un mismo peso sobre la conciencia de lo que somos.

Cuando Stephen King (obviemos lo de la colaboración de su hijo Owen King en esta novela, que no sé en qué matices se puede descubrir) se pone a escribir una novela coral, cada personaje acaba tomando un cáriz protagonista en base a la vertiginosa pero milagrosamente desarrollada descripción de su psique y sus circunstancias.

Así, conforme entramos en harina, entregarse a un nuevo capítulo tiene ese gusto de ir recuperando a protagonistas absolutos de la trama. Porque en lo coral King hace colmena estructurada en todo celdas como pilares básicos, mosaico esencial desde cada una de sus partes.

En lo que concierne al aspecto de distopía feminista que enlaza esta historia con aspectos de «El cuento de la criada» de Margaret Atwood, retomamos ese regusto de hiperbólica consecuencia del agravio histórico contra la mujer. Y en la exageración nos asomamos a crudas realidades, a aspectos aún no vencidos al machismo.

Sin saber nunca quién es Evie Black, vamos descubriendo como todo ocurre en torno a ella, a su aparición. Desde el extraño mundo de su llegada, Evie se manifiesta con su violencia hecha justicia, con su lenguaje que nos va engarzando con una doble existencia de esta «mujer» en este plano y en algún otro que aún se nos escapa, pero que tiene que ver con un universo natural más allá de un árbol gigante solo visible para ellas.

Como siempre, en la plena fantasía insertada en un reflejo de nuestro mundo real descubrimos esa distorsión que nos enfrenta mitad al dilema argumental en sí mitad a cualquier otro trasfondo, en este caso esa dicotomía entre universos femenino – masculino, quizás exagerada por Stephen King para justificar el agravio causante de ese despertar de Evie y el nuevo mundo como oferta justiciera para todas.

Porque al final se trata de eso. En el sueño que va alcanzando a casi todas las mujeres de nuestro mundo, su despertar las conduce a un nuevo lugar, a su sitio libre de la agresividad masculina. El nuevo mundo es un paraíso donde quizás las madres puedan criar a sus hijos con nuevos conceptos de igualdad, pero los vínculos aún tiran.

Mientras ellas duermen (!ojo, no tocarlas o intentar despertarlas!) y alcanzan ese nuevo espacio más allá del árbol gigante, los hombres prepararan su particular guerra. El mundo se asoma al caos y el pequeño pueblo de Dooling focaliza la única oportunidad de arreglarlo todo. Porque allí está Evie, encerrada en una celda y erigida como única «persona» capaz de encauzar la situación.

Las bellas durmientes coexisten a uno y otro lado. En el mundo antiguo entregadas a su sueño bajo su crisálida, amenazadas por el hombre, desquiciado al verla bajo ese capullo que la mantiene en espera de convertirla en mariposa nocturna, si es menester.

Quizás nunca debieran haber regresado o tal vez no todas, al menos. A lo mejor la naturaleza de Evie queda demasiado pincelado a la ligera pero tal vez sea necesario así porque la propia Evie no quiera darse a conocer la esencia de su viaje hasta este lado.

En el ínterin, el hombre desata el conflicto y la guerra. Con un papel esencial de Clint (que no protagonista), el psiquiatra reconvertido a defensor de Evie por el bien de la recuperación de la normalidad, vamos acercándonos a un final del que desconocemos todo.

Y al ir acabando el libro, de manera satisfactoria, descubrimos que tampoco hemos sabido tanto acerca del meollo del asunto. Stephen King salpica el final como tantas otras veces, con focos dispersos, pasando de unos protagonista a otros, desestructurando las consecuencias, partiendo el fin en porciones que se degustan con deleite.

Quizás la gracia resida en eso, como siempre me dice un conocido «no quieras saberlo todo». La cuestión es que Evie ya no está y nadie sabe si regresará de nuevo en alguna ocasión futura. Porque pese al susto y la guerra en ciernes conforme todas las mujeres del mundo se iban durmiendo, puede ser que el hombre no haya aprendido tanto la lección.

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