El infortunio es eso que se ceba con quien trata de escapar de él. En su vertiente literaria esa fuga imposible se convierte en un argumento perfecto para cualquier thriller.
Ese es el caso de Amigo imaginario, una novela de Stephen Chbosky con ese aroma a grandes problemas de los que huyen Kate y su pequeño Christopher. Problemas que se adivinina muy capaces de emprender el mismo viaje hasta Mill Grove, el lugar asumido como nuevo espacio seguro.
Cada vez vamos teniendo claro que el infortunio se centra en Christopher. Porque en su corta existencia ya ha tenido que atravesar oscuros pasillos del miedo para ahora introducirse en los no menos tétricos y húmedos bosques que rodean Mill Grove.
Y ahí es donde la perniciosa sensación del destino marcado va cobrando sentido. No es casual que la desaparición de Christopher evoque otro caso de desaparición de un niño tantos años atrás. Solo que Chris acaba teniendo mejor suerte. Una especie de ángel de la guarda lo devuelve del mundo a la civilización sin sufrir el menor daño pasada una semana.
Inverosímil que el niño superviviera. De no ser que recibiera alguna ayuda, quizás la de aquel otro chaval que pueda vagar de alguna forma entre las umbrías del entorno.
Y ya nada volverá a ser lo mismo. Pero en el traumático suceso encontramos algo de esperanza. Todo puede tener sentido si el bien y el mal pueden cobrar una nueva pugna por ocupar el mundo. Y Christopher se convierte en un elemento esencial.
De entrada el chico adquiere una fascinante capacidad para anticipar lo trágico. Su nuevo amigo invisible así se lo indica.
La extraña amistad, no obstante, tiene un fundamento mucho más relevante. Christopher era el chico perfecto para una misión trascedental. De ahí se desprende su tortuoso camino hasta Mill Grove. Con él, su amigo invisible puede plantear un escenario donde se libre la batalla entre el mundo real y las sombras que se ciernen desde el bosque con ansias por devorarlo todo.
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